Es ahora (y no antes) cuando una se empieza a dar cuenta de la estrechez suprema de sus vaqueros. Y es que mi amplia gama de pantalones, que no es para nada amplia pero algo tenía que decir, se acaba de ver reducida a dos. Dos míseros pantalones que me puedo poner sin la necesidad de desabrocharme un par de botones. Triste, triste.
Sin duda la solución pasa por ir a comprar, algo que odio sobre manera pero que empieza a ser realmente necesario.
Hace un par de días le contaba todo esto a la Gunis por teléfono... que si no tengo ropa, que además todos mis sueters son super ceñidos y en breve se me empezará a notar y no quiero, que en el curro no me apetece que nadie se de cuenta hasta dentro de unos meses, que para qué me compraría yo los vaqueros tan ceñidos, fijate tú, y un largo etcétera. La Gunis, todo detalles ella, me dió soluciones, y qué soluciones... me ofreció dos o tres pantalones de pana roidos y cortos que compartíamos ambas hace unos 10 años y dos sueters de canalé de la misma época. Todo un botín, sí señor!
Y es que eso debe ser cosa de familia, lo de guardar ropa de hace siglos digo. Sin ir más lejos, y para que os hagáis una idea, el domingo hice por fin el cambio de armario... y volví a guardarme para el próximo verano dos pijamas y una camisola que tengo de hace 20 años, nosecuántos tops (que no me voy a volver a poner en la vida, sí... soy consciente) de principios de los 90 y una falda hippi también de esa época y que, además de transparentar de tanto uso, tiene un bocao de un perro en sus bajos.
¿Qué extraño motivo hace que no tire esos trozos de pedazos de tela? ¿Somos la Guni y yo las únicas que seguimos este curioso ritual año tras año?
P.D.- Hoy tendremos noticias... buenas, espero! A por ellas Gunilinaaaaaaaa!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario